Concurso CERVANTES 2004
Primer Premio de la Modalidad de Prosa, Categoría A

Elena Blanco Martin, grupo S 2º D

Un día en mi infancia

 

...Yesterday, came suddenly... -La música de los Beatles llena el coche de una placidez relajante. Juan piensa sobre esa frase.

-El ayer vino de repente, -traduce en voz alta con aire meditabundo.-éll ayer vino de repente...
Su boca deja escapar un breve suspiro.

Ahora está en un atasco, de esos que suelen durar una hora. Mira a su alrededor: rascacielos, coches, autobuses, motos... enormes nubes de contaminación. Por su mejilla se desliza una pequeña perla, húmeda, salada, fría...

-¿Cómo hemos llegado a esto? –piensa él.

-Recuerdo cuando era niño...

...-¡Juanito!¡Enriquito! ¡Despertad! ¡Que llegáis tarde al colegio!-grita mi madre desde la cocina.

Luego se oyen ruidos de pasos y se abre la puerta de la habitación donde dormimos mi hermano Enrique y yo. Seguidamente, de un tirón, nos quita a la par la manta que nos cubre.

- Venga, daros prisa, id a la cocina y coged el tazón de leche que tenéis en la mesa- sigue diciendo mi madre.

Y sale de la habitación.

Lanzo un enorme bostezo y me estiro. Enrique tarda siempre más en despejarse. Cuando yo estoy en la cocina cogiendo mi tazón de leche, él todavía se está vistiendo.

-Enrique, despierta- le susurro al oído.

Generalmente le tenemos que despertar dos veces porque si no se queda dormido otra vez, y se pierde la escuela, eso ya le pasó una vez, y desde entonces ése es el motivo de despertarle dos veces.

De repente miro por la ventana, y veo unos suaves copos de nieve caer desde un cielo plomizo, y rozar con espléndida delicadeza nuestra ventana.

-¡Mira Enrique, está nevando!

Al instante, como si fuese esa la frase clave, mi hermano se levanta de un salto de su cama, e instintivamente, se acerca a la ventana y pega su cara ante el frío cristal.

-Hace un frío que pela, pero mira que bonito hace esa mullida manta de nieve en el viejo suelo de piedra gris.-informa él.

-¡Vamos niños!- grita mi madre desde el piso de abajo-. ¡Venid a desayunar!

Encima de una silla tengo mis dos únicas vestimentas: El traje de los domingos, y el de a diario. El de a diario es un pantalón corto (en ésta época es muy difícil encontrar a niños con pantalones largos), una camiseta de hombreras, una camisa, y un jersey de lana gorda que me lo hizo mi abuela. Y el traje de domingos es un pantalón corto con unos tirantes elásticos, y que por debajo de ellos sobresale una camisa de color blanco.

Me pongo lo más rápidamente posible el traje de a diario, y en una cartera meto un gordo libro que sirve para todas las asignaturas, un fino cuaderno cuadriculado con escasas y delicadas hojas, y una pluma que me regaló mi padre antes de irse a Alemania.

Para bajar al piso de abajo, suelo deslizarme por la típica barandilla que se encuentra al lado de las escaleras. Pero eso sólo lo hago cuando no me ve mi madre porque si no me deja castigado atendiendo la tienda, puesto que, según ella, me podría romper la crisma.

-Ya estoy, madre, ahora baja Enriquito, que se está despejando- la digo con tono burlón.

-Más le vale que baje rápido, que si no se va a llevar un buen azote.- dice mi madre con tono autoritario- Y tú más vale que desayunes rápido y un buen desayuno, para que puedas resistir toda mañana. Y espero que el profesor me diga buenas cosas sobre ti, que últimamente estás flojeando.

Finalmente, baja Enrique y desayuna. Mientras yo me divierto leyendo unos cómics del Capitán Trueno.

Por fin nos despedimos de mi madre, y vamos camino al colegio. Tras nosotros dejamos unas ligeras huellas. De camino al colegio voy pensando sobre mi vida:

Ahora tengo diez años, y estamos en el año1966, todavía dura la dictadura franquista. Mi padre se ha ido a Alemania, como muchos otros, para trabajar. Ahora en mi casa estamos mi madre, que se llama Luisa; mi hermano, Enrique; mi hermana, Julieta, que todavía no tiene edad de ir a la escuela, y yo. En esta época las familias somos bastante numerosas. Mi madre trabaja en una tienda donde vende bastantes tipos de alimentos y utensilios, a veces la ayudo a despachar, sobre todo cuando estoy castigado. También tenemos un cercado en el que hay un huerto y muchos animales de granja, como gallinas, cerdos, cabras, perros, gatos... En el colegio soy de los del montón, muchas veces el profesor me castiga, de variadas maneras, y no hay ningún día en los que no me den detrás de las orejas con una vara de madera, fina, pero larga y dolorosa si te “roza”.

Después de una larga caminata, el colegio se asoma entre las variadas casas, y otra vez pienso en la rutina diaria. El desánimo recorre como un escalofrío mi cuerpo, la luz de la vida en mis ojos se apaga como una vela, pero es un deber el ir al colegio.

Una vez en clase, dejo la cartera encima de mi mesa, me preparo un avión para tirárselo al profesor y me uno a otros de la clase para así hacer un ataque sorpresa. Inmediatamente suena la campana tocada por un alumno en los pasillos, ahora es el momento de atacar. Pero cuál fue nuestra sorpresa que al ver entrar a un señor creímos que era nuestro profesor, Ramón, y tal y como nos propusimos le atacamos, aviones bolas de papel...etc. volaron por el aire, entonces fue cuando nos dimos cuenta de que era el director, y que quería anunciarnos que Ramón se había jubilado, y para comunicarnos que venía un profesor nuevo. Pero antes de presentárnoslo nos dejó castigados ante las paredes, arrodillados, y con diez kilos de libros en cada mano a todos y cada uno de los que le habían atacado, y eso si, con la nuca bien roja gracias a la vara de madera nombrada anteriormente.

Por el rabillo del ojo pude ver cómo entraba un señor joven tras el director. Éste tenía otro aire distinto al de los demás profesores. Parecía más agradable, simpático, como si de verdad su oficio le gustase, como si de verdad le animase pensar que gracias a él muchos de sus alumnos tendrán un futuro, y dejarán de ser más ignorantes de lo que podrían llegar a ser; para que todos éstos lleguen a hacerse algún día preguntas sin respuesta, y así interesarse algún día por lo que les rodea.

Algo me decía dentro de mí que se iban a acabar todas esas horas del día sentados en un pupitre como una prolongación dela silla. Todas esas veces que el profesor silbaba con un silbato de madera fabricado por él mismo para anunciarnos que sería mucho mejor callarse, por el propio bien de cada uno de nosotros, que si no a alguien le tiraría el borrador de madera de pino, más duro que las piedras, y aún más terriblemente doloroso que esa vara que mi nuca ya tenía tanta alergia. O bien, todas esas veces que al pasar por nuestro lado nos soltaba una colleja tan punzante que nos duraba para el resto del día.

Ramón estaba consumido por los nervios, por los años, por los disgustos, por el odio. Éste conseguía su respeto a base de golpes, copias y castigos. En cambio, el profesor nuevo (que más tarde me enteré de que se llamaba Francisco), merecía su respeto a través del afecto, entusiasmo, y sobre todo a través del respeto hacia los demás, comprendiéndoles y ayudándoles en lo que le fuese posible, tal y como demostró desde el primer día de clase, desde que salió el director de la clase para atender sus asuntos.

-Buenos días, chiquillos . Como ya sabréis soy vuestro nuevo profesor. Y para aprenderme vuestros nombres haremos un juego.-dijo con una enorme sonrisa.

De repente gira su cabeza hacia nosotros y nos dice:
- Y vosotros, diablillos, más vale que dejéis de arrodillaros frente a la pared y dejéis los libros en el suelo.

Eso fue el colmo para todos nosotros, nos quedamos tan sorprendidos que no hizo falta que dejásemos los libros, se nos cayeron con un estrépito al suelo de la sorpresa. Al levantarnos para dirigirnos a nuestros asientos nos quedamos mirándole como si fuese un dios, pero no nos dio tiempo a sentarnos porque al instante dijo con aire pensativo:
-No, mejor no. Levantaros todos que os voy a cambiar de sitios.

Todos se levantaron como una exhalación y se le quedaron mirando con aire de intriga.

Al final de la clase salí con la boca tan abierta del entusiasmo que cabría dentro de ésta una pelota de tenis. Lo que pasó fue que Francisco no puso a los niños cuyos padres eran importantes y respetables, ricos y nobles adelante; ni puso a los de familias honradas detrás de éstos, ni puso a los revoltosos y maleducados al fondo de la clase, sino que puso a los que no se enteraban mucho pero que podrían sacar el curso adelante, atrás a los que iban muy bien o bien; y, por último, a los que eran muy revoltosos y maleducados en fila de uno enfrente de la mesa del profesor, para que así no hablasen y se comportasen. Y si alguno ni se comportaba ni respetaba a los demás de la clase, le sacaba al pasillo durante todo el día, y le dejaba sin recreo, y, si todavía se seguía portando mal, pues llamaba a sus padres, porque lo que no se podía permitir era que molestase a los demás.

Por primera vez en mi vida un profesor me ponía en la segunda fila, y nunca en mi vida me enteraba tanto de las clases.

Además, Francisco nos mandó traer de casa unas tijeras para hacer manualidades, y nos dijo que el próximo día iríamos al lado del río para hacer un trabajo sobre los distintos sonidos que oíamos en la naturaleza y la influencia del hombre en éstos. En parte fue así cómo hizo que nos preocupásemos más del entorno que nos envuelve.

Al llegar a casa se lo comento todo esto a mi madre, y me dice que ese profesor estará medio loco. Muchas de las madres decían eso mismo, así que ese fue el principal tema de conversación durante la semana. Todas ellas estaban convencidas de que para enseñar hay que azotar, que si no, no se aprendía nada. Incluso muchas de ellas habían ido a hablar con él, entonces comprendieron por qué ese hombre merecía el mayor respeto de parte de todos.

Después de comentárselo, lanzó la cartera al sofá, me cojo un cacho de pan con queso y me voy al rio donde he quedado con mis amigos. Este río es unos de los mejores para pescar cangrejos y muchas tardes vamos allí para pescar algunos cangrejos señal.

Una vez allí nos saludamos y charlamos un rato. Más tarde empezamos a pescar, y cuando ya llevamos un rato, sin querer me escurro de una piedra y meto el pie en el fango, de tal forma que se me queda el pie allí atascado, pero al fin consigo sacar el pie del limo... pero sin chancla. Entonces me agacho y tanteo con la mano para ver si doy con ella, pero mi mano no consigue tocar nada, se unen a mi búsqueda más amigos. Oscurece, el río arrastra en sus aguas lúgubres ruidos cuyo ritmo es llevado por un monótono canto de un grillo. Ya es la hora de irse a casa, y soportar la enorme bronca de mi madre. A paticoja me voy acercando a mi destino, y el miedo se me nota en la cara. El cantarín e inofensivo río arrastró sin piedad alguna mi chancla río abajo como si fuese un barquito de madera. Hay muchos errores que una vez cometidos no se pueden resolver.

Mi madre, como castigo, me prohibió ir el domingo al cine. Todos los domingos en el cine del pueblo echan ” pelis” del oeste, es decir, de indios y vaqueros. Allí todos nos divertimos. No hay nadie que no se lo pase bien en el cine, aunque haya que gastarse toda la propina de la semana.

Por fin los coches van arrancando, y la canción de los Beatles ya se ha acabado. El abrumante ruido de los coches en mis oídos vuelve a resonar sin compasión alguna... y pensar que yo contribuyo a tan agobiador sonido... ¡Qué ganas se tiene muchas veces de desaparecer de la ciudad e irse a vivir a un lugar donde la invasión industrial no haya afectado, donde el poder de la codicia humana no haya todavía dejado huella!

 

 

Volver >>>