Concurso CERVANTES 2004
Tercer Premio de la Modalidad de Prosa, Categoría B

Iván Moyano García, grupo S 3º D

Correo sin respuesta

 

Aquel día no pensé en las consecuencias que me iba a traer salir de la puerta de mi casa. Los daños colaterales que la fluidez mental de aquella mañana de lunes causó a mi mentalidad despreocupada e ignorante fueron, como ya digo, auténticamente bestiales. De hecho, mis inclinaciones doctrinales dieron un giro sobre su propio eje de un ángulo de ciento ochenta grados. Seguiré, pues, con mi relato.

Salí de mi casa y me dirigí corriendo al instituto. Llegaba tarde. Llegué tarde. Cinco minutos escasos me separaban de mi clase de Educación Física. No negaré que me produjo cierta alegría. El caso es que pasé la primera hora en la biblioteca. Allí vi cómo toda la sala se llenó de tardones, de juerguistas que habían pasado el largo fin de semana entre alcohol y jolgorio. Ahora estaban en trance e inmersos en profundo sopor. Estaba acostumbrado a ello, pero aún así me impacta. Me pregunto ¿es que niños de catorce o quince años pueden darse a la bebida y retornar a casa en plena madrugada, borrachos, por supuesto? La respuesta es que no deben, mas lo hacen.

Aquella soporífera hora pasó, y ahora tenía Ciencias Sociales. Ibamos a dar la Globalización. Para ser franco diré que me consideraba una persona algo desfavorecida, con una reducida vida social, con tareas de las que preocuparse. Tras esa horrible hora, en la que presencié en el texto cómo el 20% de la población mundial consume el 80% de los recursos, cómo un continente entero se queja de hambre, de enfermedad, y agoniza. Cómo el primer mundo se alimenta en el lupanar del mundo, y el resto lo intenta en un vertedero putrefacto. Los mismos sentimientos tengo yo que cualquier persona del mundo; sin embargo, tengo trescientas veces más cosas y oportunidades que otro niño en Africa o en Asia, o en Sudamérica, o en Sudeste Asiático, o en Oriente Próximo. Yo nunca iré a la guerra si no lo deseo. Ellos van a los diez años. Yo nunca trabajaré en un trabajo que no quiero. Ellos son esclavos. ¿Acaso no tienen alma? ¿Acaso no tienen voz, ni mente, ni nada? Pues no tienen nada, ni lo tendrán debido a nuestra codicia y nuestra avaricia. Pero eso es el progreso...Ese progreso antropófago que permite la muerte y el hambre.

Tras la hora de Ciencias Sociales me deprimí largo rato. Después “tocó” Lengua y Literatura. Me enorgullece poseer una lengua con tanta historia, tan rica, tan culta, hija del latín. Lo que no me gusta es su destrucción. El inglés está matando lentamente a nuestro español en su mismo feudo de España, y nosotros somos cómplices de ello al aceptarlo. El español posee bellas palabras, y por ello no debemos sustituirlas por otras, si es que existen en español. Aquello no fue lo más importante del día, pero yo quería conservar tradiciones y costumbres autóctonas cuya regresión es mayor cada día. Todos somos ciudadanos del mundo, pero el apego a las tradiciones nos ayuda a querer un poco más cada día a nuestro país, sea el que sea.

De las clases restantes no me enteré demasiado puesto que me encontraba sumido en estas reflexiones. Si antes era insociable, ahora debía parecer autista. No hablé con nadie en toda la mañana. Cuando llegué a casa a las dos estaba avergonzado del mundo en que vivía. Entre injusticia social, las malas costumbres de los compañeros y la pérdida de tradiciones pensaba que el mundo iba a la deriva. No es tan dramático; también hay gente que se preocupa por evitarlo.

Después de comer salí con mis amigos a dar un paseo. Lo que hicimos fue reírnos de unas personas que pasaban apaciblemente por la calle. Sólo por su calvicie, su gordura, su altura o su belleza se hicieron blanco de las burlas jactanciosas de aquellos estúpidos, a quienes consideraba mis amigos. Discutí con ellos por tener una forma distinta de pensar. Les hice partícipes de todos mis pensamientos, de forma que les llamé gamberros, incultos, indecentes y todo lo que se me ocurrió. Me volví a casa mientras seguía pensando.

Me preguntaba si era yo normal y el resto del mundo andaba en el error, si era yo un reaccionario, un anticuado insociable que sólo piensa en la moral y la religión. ¿Qué opino yo de la religión? ¿Y la religión...? ¿Y la moral? ¿Era moral o inmoral? No sabía qué decir...ni qué pensar. No resultaría ahora que había criticado sin cesar a todo el mundo en aquel día, y al final no sabía cómo referirme a mí mismo. ¿Cómo calificarme?

Llegué a la conclusión de que usaría todo aquello que aborrecía para buscar su antónimo y aplicarlo a mi conducta. Aquella lucha con el mundo había cambiado en veinticuatro horas escasas toda mi conducta social. Antes no sensata. Seguía a unas personas que se las daban de “preocupados por la sociedad”, sin preocuparme por mi propia conducta social y política. Ahora ya sabía cómo pensar según mi personalidad.

Cuando llegué a mi casa decidí poner mis ideas por bandera y no dejarme nunca llevar por la sociedad.

Pensaría por mí mismo.

 

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