Concurso CERVANTES 2004
Segundo Premio de la Modalidad de Prosa, Categoría C

Julián Arranz Sanz, grupo B 1º A

Jugando a imaginar

 

Llueve. El ruido de la ciudad casi no deja escuchar el sonido de las gotas al acariciar el suelo y así dejar de existir. Esas caricias al oído me despiertan. Es temprano pero no logro dormir de nuevo. Como cada mañana abrazo el hueco que dejó su ausencia. Tantos años día tras día haciendo esto, se ha convertido en un gesto casi rutinario. No importa. Así, de alguna manera sigue estando junto a mí. Cuando por la mañana nos despertaba la lluvia no había que distinguirla entre los motores de los coches. Era ese sonido único que ni el progreso ni su ausencia me dejan disfrutar ahora.

La mañana en soledad y sin ocupación alguna es dura. Los años ya pesan sobre mí. Encuentro en los libros mi única compañía y en sus personajes mis compañeros. Unos compañeros abstractos pero a los que aprecio. Salgo a comprar lo necesario y a dar un pequeño paseo por el parque en el que tantas veces caminamos juntos, de la mano. Ahora las bolsas del supermercado es lo único que va de mi mano. En la calle no hay personas sino manchas tan grises como el día que caminan bajo sus paraguas. La situación me gusta pero la hora de la comida se acerca y decido regresar a mi vieja casa.

Hay una carta en el buzón. No tiene remite. A estas alturas de la vida, cuando tantos compañeros de tardes en cafés, de noches en vela estudiando, van quedando por el camino o su trayecto se desvió demasiado del mío es muy extraño recibir una carta que no proceda de bancos o cajas de ahorros. Dentro del sobre tan sólo hay una vieja foto. Una imagen de dos jóvenes felices. Tras ellos el mar. Su sonrisa debe de ser la misma que la de esa joven muchacha. Era la primera vez que veíamos el mar. Nuestro viaje de novios. En el reverso, escrito en esa letra que nunca confundiría: "Barcelona, 1948". Mis lágrimas caen en la imagen y se funden entre las lágrimas del mar Mediterráneo.

Es la primera señal suya desde aquella mañana en que se despidió sin mirar atrás. Siempre tuvimos cierta libertad. No queríamos ser infelices juntos y nos prometimos que si alguna vez perdíamos nuestra ilusión, lo mejor sería separar nuestros pasos. Y la perdimos. Se fue. No me dijo con quién, tan sólo que al otro lado del Atlántico. Yo lo acepté. Por eso nunca la he buscado. Es curioso que en esta parte final del camino ella esté más presente que nunca en mi vida. Lo peor no es saberse viejo, sino saberse solo. Ahora sé por el matasellos que está en Buenos Aires. Me gusta jugar a imaginar su vida actual, seguro que feliz. Juego a imaginar quién cubrirá ahora el puesto que dejé a su lado. Juego a imaginar su casa, sus amaneceres, sus nuevas recetas, su rostro, la sonrisa que dibujen sus arrugas. Juego a imaginar que algún día se presente en su vieja casa y retome la vida que dejó…Pero tan sólo estoy jugando a imaginar. Ahora lo único que me queda es su memoria. Una memoria que siempre será más fuerte que mi olvido.

 

Volver >>>